VII - Los peligros de comer en el capitalismo
|
Los seres humanos nos reproducimos a partir de los nutrientes que tomamos de la naturaleza. No puede ser de otra manera; a partir de los materiales suministrados por ella producimos los alimentos que consumimos cotidianamente. El desarrollo capitalista ha contaminado las principales fuentes naturales a partir de las cuales se extraen nuestros alimentos: aire, agua y tierra. El siglo veinte fue el siglo de la consolidación del sistema alimentario propiamente capitalista. Dicho proceso —el cual se aceleró desde fines de la Segunda Guerra Mundial— ha generalizado el consumo de alimentos acordes con el ritmo vertiginoso que impone la explotación de plusvalía: comida chatarra, fast food, bebidas embotelladas, un sinnúmero de alimentos que contienen grandes cantidades de azúcar, harinas, aceites y sal refinados, leche pasteurizada, etc. En fin, el consumo alimentario quedó sometido realmente bajo el capital. La obtención de proteínas se hizo girar en torno a la carne, en perjuicio de la proteína vegetal y otras fuentes de proteína animal, como la leche y los huevos. Este hecho trajo múltiples consecuencias para la salud de las personas, así como para el entorno natural.
La remodelación de las costumbres consuntivas tocó también los modos en que se preparan los alimentos. En este punto, los principales exponentes son el horno de microondas, los utensilios hechos de aluminio, las ollas de barro esmaltadas, los objetos con teflón y el uso de plásticos, mismos que son utilizados de modo muy extendido buscando acelerar la preparación de alimentos y usar objetos de calidad inferior y, por lo tanto, más baratos para cocinar; las consecuencias son mayores alteraciones a los ya de por sí deteriorados alimentos, lo cual ha vuelto nocivo el comer en la propia casa.
La realidad capitalista deja claro que más allá de la idea loable de mejorar el bienestar de la humanidad mediante el desarrollo de la investigación científica y médica, lo que importa son los intereses de la industria farmacéutica. No es casual que al iniciar el siglo XXI Wall Street apostara a la inversión en investigación científica para combatir el cáncer. Apostar a la investigación de nuevos medicamentos es una inversión segura, más aún cuando los resultados son sólo paliativos de los síntomas y no soluciones a las enfermedades que aquejan a la humanidad. Por esta razón los medicamentos se vuelven, en el capitalismo, objetos de consumo cotidiano, los médicos han desterrado de su vocabulario la palabra “curación” y la han sustituido por “tratamiento”, lo que lleva implícito la no-curación y el tratamiento permanente, en muchos casos por el resto de la vida del paciente. Esto implica la explotación comercial del padecimiento.
La medicina se torna una especie de religión y, como toda religión, depende en gran medida de la fe del creyente, que en este caso es el paciente. Alrededor de las enfermedades se construye una serie de mitos que distorsionan la realidad y que muchas veces no son sino simples mentiras. En innumerables ocasiones, a propósito de la medicina, la salud y las enfermedades, prevalece la deshonestidad que caracteriza al capitalista que busca vender mejor su mercancía sin respetar la ley del intercambio de equivalentes para obtener ventaja. La medicina y la práctica médica sometidas en su totalidad bajo el capital ya no sólo no pueden curar, sino que son las responsables directas de padecimientos degenerativos, pues promueven e impulsan el uso de medicaciones peligrosas y francamente agresivas para el enfermo.
Ante la crisis que ha generado la medicina y su incapacidad para atender verdaderamente las necesidades de la población mundial, grandes sectores han recurrido de modo creciente a una vertiente médica humanista que recoge tanto conocimientos ancestrales como las más recientes investigaciones sobre el cuidado de la salud. Dichos conocimientos están a favor de la vida no sólo en apariencia, sino de manera real, respetando al cuerpo humano como un todo orgánico y a su relación con la naturaleza. Se trata de las así llamadas medicinas alternativas, entre las cuales están la medicina tradicional, la herbolaria, la acupuntura y la homeopatía, entre otras. Para estos métodos de curación, la calidad de vida no es una mera estadística que expresa demagógicamente el gran desarrollo de la civilización que hemos logrado, sino que alude a las condiciones materiales reales en las que vivimos y que están detrás del tipo de enfermedades que padecemos o del grado de salud del que podemos gozar.
Continuará...
Autores: Jorge Veraza (coordinador), Ricardo Aldana, Karina Atayde, Andrés Barreda, Rolando Espinosa, Silvia Espinosa, Gonzalo Flores, Fabiola Lara, Juan Vicente Martínez, David Moreno, Luis Eduardo Pérez y Mónica Vázquez
Sinopsis: Nemen Hazim
San Juan, Puerto Rico
17 de junio de 2023