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[VIII de XIV] Estados Unidos y su moral en bikini. Una nación que desde sus inicios se formó bajo la mendacidad y la expoliación...

Franklin Pierce, presidente de EE. UU. de 1853 a 1857: «Las conquistas y la expansión son compatibles con las instituciones de Estados Unidos; la adquisición de ciertas posesiones en el Hemisferio Occidental que “aún no están bajo la bandera norteamericana son sumamente importantes para la seguridad nacional y quizá esenciales (...) para la preservación del comercio y la paz del mundo”»

La Batalla de Cerro Gordo: enfrentamiento librado en 1847 por los ejércitos de México y de los Estados Unidos durante la intervención gringa en suelo mexicano

El 13 de mayo de 1846, retomando el curso de los acontecimientos, pausado por la reseña que extemporáneamente hiciéramos acerca de Panamá y el canal, Estados Unidos de "América" decide declararle la guerra a México. Las fuerzas estadounidenses llegaron a la frontera mexicana comandadas por el general Stephen Watts Kearny, quien ocuparía Nuevo México y California. Los invasores triunfaron batalla tras batalla: la de Palo Alto, la de la Palma, la de Monterrey, y, aunque también lo hicieron en la de Angostura, en febrero de 1847, provocando el retiro del Ejército Mexicano, no es menos cierto que sufrieron la disolución del ejército de Zachary Taylor.

Ante los infructuosos esfuerzos del gobierno mexicano, los invasores decidieron continuar la guerra (característica que le acompañaría hasta nuestros días), y, el 18 de abril de 1847, bajo el mando del general Winfield Scott, el ejército estadounidense se enfrentó a las fuerzas mexicanas en Cerro Gordo, batalla de la que salieron doblegadas las tropas mexicanas, que no pudieron resistir los ataques y "permitieron el avance de los extranjeros hasta la Ciudad de México sin mayor resistencia". El 8 de agosto el General Scott llegó a la Ciudad de México con 14,000 soldados y, luego de una serie de enfrentamientos, la tomó. Tras el triunfo, se firmó, en febrero de 1848, el “Tratado de Guadalupe Hidalgo” con el que México, además de renunciar a cualquier reclamo sobre Texas (la frontera se establecería en el Río Bravo), tuvo que ceder los territorios que actualmente ocupan los estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México, Texas, Colorado, Arizona y partes de Wyoming, Kansas y Oklahoma.

1848 sería un año de grandes consolidaciones imperialistas: México sería despojado de 2,263,866 Km², más de la mitad de su territorio original. «Paralelamente, la Casa Blanca estimulaba las acciones de los sectores que querían separar al estado de Yucatán (estremecido por una potente sublevación indígena) de México y anexarlo a Estados Unidos. Ante la imposibilidad de lograr ese propósito y frente a las demandas de protección que habían presentado las temerosas autoridades yucatecas a Inglaterra y Francia, el presidente Polk proclamó un nuevo “corolario de la Doctrina Monroe”: Los Estados Unidos no admitirían (aunque así lo deseasen las autoridades de Yucatán) la transferencia de ese estratégico territorio a ninguna potencia europea».

Ese mismo año se escenificaban en Europa revoluciones que iniciarían lo que se conoce como "primavera de los pueblos". La crisis económica en Francia, consecuencia de las malas cosechas, influyó en los sectores industrial y financiero llevando al paro a muchos obreros. Les fueron negados derechos y libertades a importantes sectores de la sociedad francesa; "la monarquía de Luis Felipe de Orleans sólo satisfacía los intereses de la alta burguesía, en tanto que la pequeña burguesía como el proletariado quedaban política y económicamente desatendidos".

En Nápoles se implantó una monarquía constitucional que sustituyó al absolutismo; "en los Estados Pontificios la sublevación hizo huir al Papa y se constituyó una república; el reino de Lombardía-Véneto se sublevó contra los austríacos y en el reino del Piamonte se creó una monarquía constitucional que se convirtió en el motor de la unidad italiana".

En el Imperio Austríaco se desplomaba y huía Klemens von Metternich, ministro de Asuntos Exteriores y canciller (desde 1821), y Fernando I, emperador, se vio obligado, ante las reivindicaciones nacionalistas que contaron con aliados en Hungría y Chequia (partes del imperio), a aceptar la formación de una Asamblea Constituyente. En Alemania, la revolución también tuvo una marcada connotación nacionalista. Federico Guillermo IV de Prusia hubo de aceptar una Constitución de base censitaria ["El sufragio censitario supone que en unas elecciones sólo pueden votar quienes cumplen unos estrictos requisitos, normalmente de renta o estatus, dejando fuera del derecho a voto a una gran parte de la población"].

Aunque las revoluciones democráticas en Europa -de 1848- fracasaron, su experiencia influyó de cierta manera en la clase obrera del siglo XIX. Ese fracaso provocó un gran aumento en la emigración a los Estados Unidos, sobre todo de alemanes que se sintieron traicionados por el revés que sufrieron las reformas por las que habían luchado. Ese incremento en la acogida de Estados Unidos de aquellos europeos que salieron huyendo de sus respectivas naciones dio forma a la connotación que hoy exhibe el país de ser uno conformado por inmigrantes. Lógicamente, fue una inmigración de "seres superiores, de hombres blancos, puros, capaces, educados". Los negros no emigraban de África a Estados Unidos; eran llevados obligados, encadenados, para que, como esclavos, sirvieran a la oligarquía que ha detentado el poder desde el mismo embrión que encontró la nación en las primeras etapas de su desarrollo.

«En el contexto de los acuerdos de 1848 con Inglaterra y España (por medio de los cuales Estados Unidos le “compró” a esta última potencia el territorio de Oregón y estableció sus actuales fronteras con Canadá), y en medio de la necesidad de lograr un equilibrio político entre los sectores antiesclavistas del Norte y esclavistas del Sur de Estados Unidos, el presidente Zachary Taylor (1849-1850) publicó una proclama en la que calificó como “criminales en alto grado” a todos los que apoyaran las luchas por la independencia de Cuba frente al colonialismo español, incluidos aquellos que querían anexar esa isla a Estados Unidos».

Millard Fillmore y Franklin Pierce, décimo tercero y décimo cuarto presidentes de Estados Unidos

En 1851, el nuevo presidente de los Estados Unidos, Millard Fillmore, reiteró la proclama contra quienes pretendían liberar a Cuba del dominio español.

En 1852 y 1853 la Infantería de Marina desembarcaría en varias ocasiones en Buenos Aires para respaldar las promesas hechas por el general Justo José de Urquiza de liberar la navegación de los buques ingleses, franceses y estadounidenses por los ríos de la nación. [Urquiza fue gobernador de la Provincia de Entre Ríos, y ocuparía el cargo de director provisorio de la Confederación Argentina, teniendo a su cargo la responsabilidad de reglamentar quiénes podrían adentrarse en los ríos, lo que vendría a materializar a fines de agosto de 1852 con la disposición de que "la navegación de los ríos Paraná y Uruguay es permitida a todo buque mercante cualquiera sea su nacionalidad, procedencia y tonelaje" (permiso que hizo extensivo a los "buques de guerra de las naciones amigas")].

Siguiendo los enunciados del “Destino Manifiesto”, el filibustero estadounidense William Walker trató de apoderarse de nuevos territorios de México, pero fue derrotado. En correspondencia con esos actos, el nuevo presidente estadounidense Franklin Pierce (1853-1857) proclamaría que «las conquistas y la expansión eran compatibles con las instituciones de Estados Unidos e indicó que la adquisición de ciertas posesiones en el Hemisferio Occidental, que “aún no estaban bajo la bandera norteamericana, era sumamente importante para la seguridad nacional y quizá esencial (...) para la preservación del comercio y la paz del mundo”».

En 1854 Estados Unidos invadió Nicaragua con la argucia de “proteger la vida y los intereses de ciudadanos estadounidenses durante los disturbios políticos” que afectaban ese país; la compañía The Accesory Transit Company, perteneciente al empresario estadounidense Cornelius Vanderbilt, «apoyó “una revolución” contra el presidente nicaragüense Fruto Chamorro (1853-1855) e instaló un gobierno títere, encabezado por Francisco Castellón; pero este no pudo consolidarse. Para tratar de lograrlo, Vanderbilt, con el silencio cómplice de la Casa Blanca, comenzó a contratar mercenarios (filibusteros) en territorio estadounidense».

En 1855, William Walker -médico, abogado, periodista, político y mercenario estadounidense; el más reconocido de los filibusteros del siglo XIX-, entonces operario de los banqueros Morgan y Garrison, contratado por Vanderbilt, invadiría Nicaragua y se proclamaría presidente, disponiendo como primera medida el restablecimiento de la esclavitud.

En Paraguay, la marina estadounidense pretendió «obligar al gobierno nacionalista y popular de Carlos Antonio López (1844-1862) a abrir los ríos Paraná y Paraguay a la “libre navegación” de embarcaciones y mercancías norteamericanas; pero tuvo que retirarse ante la enérgica respuesta de las autoridades de ese país suramericano». Paralelamente, la Infantería de Marina de Estados Unidos desembarcó en Montevideo, Uruguay, "para proteger los intereses estadounidenses durante los conflictos civiles que enfrentaban a los partidos Blanco y Colorado".
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Ing. Nemen Hazim Bassa
San Juan, Puerto Rico
10 de junio de 2022