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Completo.- República Dominicana: país en el que no renuncian ni el presidente ni sus funcionarios...

Ningún integrante del gobierno renuncia o es procesado. En todas partes del mundo, incluso en países mucho más pobres que República Dominicana, será siempre posible ver lo que han hecho esos mandatarios y autoridades judiciales (casos citados de Perú, Panamá, Guatemala y El Salvador). Lo que nunca veremos es que un "tíguere" renuncie o sea procesado por un sistema judicial que el mismo descarrío ha degradado...

República Dominicana: país en el que no renuncian ni el presidente ni sus funcionarios. "¡Pilarín, tate quieto; por favor, no sueñes tanto!"...
Muchos dominicanos se han sorprendido porque el presidente de Perú, Pedro Pablo Kuczynski, renunció (debido a las acusaciones de corrupción y soborno); porque el expresidente de ese mismo país, Ollanta Humala, y su esposa Nadine Heredia, fueron encarcelados (por el escándalo de Odebrecht); porque el expresidente de Panamá, Ricardo Martinelli, fue hecho preso (por grabar conversaciones de sindicalistas y políticos de oposición); porque el expresidente de Guatemala, Álvaro Colom, fue detenido (por peculado y fraude); porque el expresidente de El Salvador, Elías Antonio Saca, fue arrestado (por su relación con el caso de enriquecimiento ilícito de su secretario privado)... En fin, porque en República Dominicana -que está entre los cinco países más corruptos del mundo en la lista de Transparencia Internacional-, a diferencia de las demás naciones, nadie guarda prisión por uno solo de los miles de escándalos de cohecho, tráfico de influencias y saqueo al erario que han estremecido la patria de Duarte, Sánchez y Mella.

No debemos esperar que Danilo Medina, el actual mandatario, o alguno de sus acólitos, renuncie o sea llevado a cárcel. Para entender lo que somos es prudente acudir a Composición Social Dominicana, una obra de Juan Bosch que nos retrata fielmente; así aprenderemos a conocer, además de los vicios y deformaciones sociales de las capas bajas de la pequeña burguesía, cómo sus integrantes han degradado la sociedad hasta convertirla en lo que es hoy: una colectividad de "tígueres" (como bien expresara Minou Tavárez Mirabal). No es fortuito que el nombre derive del animal salvaje, esencialmente solitario e inadaptado para vivir en comunidad, cuyas relaciones suelen ser bastante complejas. El "tíguere" dominicano, como el tigre animal, vive sin normas establecidas.

Ese "tigueraje" que nos caracteriza es precisamente lo que nos diferencia de otros pueblos que exhiben reacciones y comportamientos predecibles ante acontecimientos que envuelven violaciones a las leyes, a la moral, a la ética y a las buenas costumbres que el ejercicio cotidiano, bajo la ejecución sin contemplación de las reglamentaciones establecidas, proporciona; convierte las transgresiones en prácticas normales que producen, en el escenario en el que respira, las acciones más descabelladas. La "ley de la selva", como popularmente se da a conocer la ausencia de ley, establece el absolutismo en un ambiente social en el que predominan los más fuertes (acción que se da en el mundo animal y funge de parangón), y sirve a individuos formados bajo los más degradados hábitos para hacer y deshacer al margen de un régimen de consecuencias.

En República Dominicana, desde que Ramón Matías Mella disparó el trabucazo, el 27 de febrero de 1844, no ha habido un proceso de selección de gobernantes que pueda ser catalogado de limpio y transparente. ¿Por qué este tema tan específico? Porque de él se desprenden, no como origen sino como consecuencia, todos los males que arrastramos. Nacimos como sociedad hatera y nunca hemos abandonado la vida salvaje que caracteriza ese tipo de colectividad (que no establece límites para la crianza de ganado vacuno, porcino, caprino o equino). Fomentamos nosotros, de igual manera que esas bestias se lanzaban por los campos y praderas del país a desarrollar su hábitat, nuestras "formas y estilos de vida" severamente marcados por una baja pequeña burguesía que no ha conocido límites ni regulaciones para la adquisición de riquezas.

Como el recurso idóneo para hacer fortuna (al margen de preceptos legales, éticos y morales) es detentando el poder -y, por tanto, el aparato represivo del Estado, en un medio pervertido y corrupto-, las elecciones se convierten en un botín apetecible para la traición, el oportunismo, la compra de conciencia y cualquier otra bellaquería de las tantas que auxilian a los pequeñoburgueses de las capas bajas (baja propiamente dicha, baja pobre y baja muy pobre). Los gobernantes, como ha sucedido con muchos, han llegado a considerarse omnipotentes e imprescindibles, desde el más sanguinario dictador [Rafael Trujillo o Ulises Hereaux (Lilís)] al más timorato presidente (Danilo Medina o Leonel Fernández); el mandatario -con sus secuaces (que normalmente son los que hacen de ministros)- establece un esquema de proceso ágil para el enriquecimiento ilícito que transforma a cada favorecido en cacique intocable (gracias a la subordinación de la justicia, que no escapa a ese entramado).

Los robos en los que incurren gobernantes, ministros, jefes de agencia y los consabidos áulicos provenientes de esas capas son tan sustanciales y frecuentes que la riqueza que acumulan los encumbra, sin alteración alguna en sus vicios y aberraciones, al nivel de vida más alto que ostentan oligarcas y burgueses. Las fortunas alcanzadas por cada usurpador de la actividad política al servicio del pueblo sobrepasan lo inimaginable: se da el caso de funcionarios, principalmente del partido que actualmente dirige los destinos de la nación, que llegaron al gobierno mal vestidos y descalzos y hoy ostentan patrimonios que no pueden exhibir los dueños de grandes transnacionales.

En el recorrido para llegar al partido, alcanzar el poder y prolongar el ejercicio en la administración del Estado no hay espacio para normas o disposiciones preventivas; ni para regulaciones éticas o morales. Cada individuo actúa en lucha permanente por ver satisfechas sus aspiraciones y, al mismo tiempo, para cerrar el camino, en ocasiones hasta a un "camarada", sin importar los irracionales medios usados durante el proceso; cuando todo confabula contra una sociedad normal, de desempeño y ordenamiento naturales, al presidente y sus adláteres les resulta imposible actuar como lo hacen los que delinquen en ambientes con cierto grado de civilización.

En todas partes del mundo, incluso en países mucho más pobres que República Dominicana, será siempre posible ver lo que han hecho esos mandatarios y autoridades judiciales (casos citados de Perú, Panamá, Guatemala y El Salvador). Lo que nunca veremos es que un "tíguere" -que alcanzó riqueza haciendo lo mal hecho; se forjó en las calles sin reglamentación y orden, gritando improperios a los cuatro vientos; llegó a la cima del poder violentando voluntades; y ejerció de bravucón de barrio (como es el caso de la mayoría) o de turulato [como son los ejemplos de Leonel y Danilo: el primero se atrevió a decir (ya en el poder, disfrutando de la aristocrática vida a la que una sociedad desfigurada en sus valores lleva a aspirar a todo el que se ha formado en un ambiente de carencias) que "no conocía el 'pichirrí'", la parte del pollo que más gusta a los dominicanos (de todas las clases, porque es muy difícil encontrar, en un país que desde la óptica sociopolítica ha sido castrado, una familia de aristocracia inmaculada); el segundo se autoproclamó inescrupuloso cuando se conjugaron (en el proceso reeleccionista en el que se embarcó para "conquistar el poder" en las elecciones de 2016) todos sus discursos en contra de un nuevo mandato]- renuncie o sea procesado por un sistema judicial que el mismo descarrío ha degradado.

Leonel Fernández carece «de una verdadera personalidad… se avergüenza de su pasado… (es, NH) el mismo que no sólo destruyó la humilde casita donde vivía, sino que… borró la manzana entera para construir un centro cultural cuya puerta de entrada está del lado opuesto a sus antiguos vecinos… Del Leonel Fernández que conocimos… no queda nada. Su metamorfosis fue más grande que la de Gregorio Samsa... Atrás quedaron los locrios de "pica pica", las "tripitas" y "cadenetas", el "mangú" con mortadela frita, los suculentos "asopaos"… La botellita de vino Moscatel Caballo Blanco y el popular ponche Crema de Oro, de las Navidades, fueron reemplazados por la champaña y el caviar, que parecen haberle provocado una severa amnesia selectiva, borrando de su memoria casi todos los platos cotidianos de aquel humilde pasado y que, definitivamente, incluía la famosa dieta de "pico y pala" y "pichirrí" guisado…» (Julio César Valdez/Leonel Fernández y yo; memorias inéditas). ¿No se convierte esta descripción, luego que el Dr. Fernández dijera que "no conocía el 'pichirrí'", en una elevada expresión de "tigueraje"? ¿Se puede esperar que un individuo -cuya esencia ha estado matizada por el cinismo y la burla- renuncie, reconozca sus errores o sea procesado por un poder judicial totalmente transparente e independiente, del que no hay trazas visibles?

Danilo Medina dijo: «Yo solamente estaré cuatro años en el gobierno. No tengo interés, ni siquiera no de reelegirme, sino de volver a ser presidente de la República… ¡Y ni un día más! En el caso concreto mío, aunque hubiese existido la posibilidad de reelegirme, no lo haría. Y no vuelvo tampoco con tiempo intercalado; ¡yo quiero cuatro años y nada más!... La reelección está prohibida en la República Dominicana, y es muy difícil que ningún presidente pueda conseguir los votos para modificar la Constitución. Pero en el caso concreto mío, aunque hubiese existido la posibilidad de reelegirme, no lo haría. Este país no está preparado para recibir la reelección: el problema está en que los funcionarios, cuando van a un proceso de reelección, no distinguen la línea que separa lo que son bienes públicos de bienes partidarios y terminan dañando la imagen de los presidentes, dañando la imagen de los partidos y dañando la economía... El presidente que más veces se reeligió nunca pudo convencer al país de que ganó limpiamente unas elecciones. Cuando un presidente busca la reelección presidencial, tiene que tirar en el zafacón todos los escrúpulos, porque la reelección se impone a sangre y fuego con el uso y abuso de los fondos públicos. Y si el PLD cometiera el error de ganar unas elecciones por esa vía, su imagen va a quedar mancillada; tenemos más de 30 años predicando todo lo contrario: la imagen que tenemos hoy en el electorado nacional se va al zafacón también...». ¿Puede alguien esperar que esta abierta expresión de "tigueraje" sirva para que el presidente renuncie o sea procesado por un sistema de justicia no contaminado, completamente ausente en la actualidad?

Como expresara Ramón Colombo en su Fogaraté del 30 de mayo de 2017, publicado por este mismo medio, "¡Pilarín, tate quieto; por favor, no sueñes tanto!".

Nemen Hazim
San Juan, Puerto Rico
23 de marzo de 2018