I.- Estados Unidos, la tormenta perfecta...
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Concluye Rico Maestre su trabajo para DERI -Doctorado de Economía y Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM)-, titulado "GEOECONOMÍA Y GEOPOLÍTICA DE LAS DROGAS EN EL CONTINENTE AMERICANO", diciendo que «El narcotráfico y la política que trata de contenerlo son íntimamente interdependientes y no responden únicamente a necesidades económicas y sociales; (también lo hacen) a las prioridades de la nación hegemónica, que necesita una base estable y consensuada para el restablecimiento de su hegemonía en la región y en el resto del mundo... La guerra de la cocaína permite la recuperación del espacio hemisférico y la renovación del papel de EE. UU. como actor interno tras la crisis de hegemonía de los 70... Mediante la guerra de las drogas, las tensiones de la pobreza se diluyen: los desheredados alteran su realidad (con) el consumo de venenos o la participación en el negocio; se suavizan las demandas sociales y los reclamos de igualdad en el plano internacional y se restablece la hegemonía de EE. UU. al combinar la aproximación militar con la económica y permitir la difusión de toda una filosofía elaborada según las percepciones norteamericanas».
(Los paréntesis dentro de las comillas españolas en los dos primeros párrafos son míos, NH).
En un artículo enmarcado bajo el tema "El debate de las armas", publicado el 17 de enero de 2013 por el periódico El País, de España, titulado "En EE. UU., cada hora se producen tres muertes por armas de fuego", y bajo las firmas de Eva Saitz y Yolanda Monge, aparece la siguiente información: "De acuerdo con el FBI, en EE. UU. cada 25.3 segundos se produce un crimen violento. En 2011 fallecieron, según fuentes de Gun Policy, y como consecuencia de delitos relacionados con armas, 32 mil 163 personas (8 mil 583 con armas de fuego), más del doble de las muertes que se registraron en todo el mundo como consecuencia de atentados terroristas (12 mil 553, de acuerdo con los datos del Centro Nacional Contra el Terrorismo). Desde los atentados del 11-S, el gobierno de EE. UU. ha destinado más de medio billón de dólares a garantizar la seguridad nacional, mientras que, de acuerdo con la Oficina Presupuestaria del Congreso, el Capitolio apenas ha destinado recursos a detener los crímenes por armas de fuego".
En el ámbito electoral, supuesto bastión de la democracia norteamericana, el voto de los estadounidenses no elige al presidente. Los colegios electorales de los estados son los que determinan, por vía de compromisarios electos, su selección. Los electores tienen la libertad de votar por cualquiera de los candidatos, pero, en la práctica, lo hacen por el que recibió la promesa del voto, aún no estén obligados por ley federal alguna. Desde 1964 los colegios cuentan con 538 electores (cifra igual a los miembros del Congreso: 435 representantes y 100 senadores, más tres electores del Distrito de Columbia), y para que un candidato sea elegido presidente debe alcanzar 270 votos electorales. Cada estado lleva al Senado dos miembros, lo que le da a los estados pequeños una fuerza senatorial igual a la de los grandes. Para compensar este desbalance, los norteamericanos diseñaron este sistema, de forma que los estados más grandes tengan mayor poder de decisión en la selección del presidente. Cuando los candidatos más importantes son del sistema (por los Partidos Republicano y Demócrata), como sucedió en el año 2000, la situación tiene, entre comillas, solución ante los ojos del pueblo (George Bush le "ganó" a Al Gore habiendo sacado este 543 mil 895 votos populares más). En la eventualidad de que surgiera un tercer candidato con posibilidades reales (que lógicamente estaría en desacuerdo con el sistema), la nación más poderosa del mundo diseñó un proceso de selección que, de no alcanzarse el mínimo de compromisarios electorales, da poderes al Congreso para escoger al que considere "idóneo" para ocupar la jefatura del Estado.
Los párrafos anteriores, aunque disímiles a simple vista, convergen: con las drogas, Estados Unidos envenena su población y la enajena, manteniéndola al margen de las decisiones que lo convierten en un imperio intervencionista, ejecutor de los crímenes más horrendos y usurpador de los más valiosos recursos de la mayoría de las naciones que no tienen capacidad militar para disuadirlo. Como expresa Rico Maestre, el narcotráfico y su erradicación responden, además de "a necesidades económicas y sociales, a las prioridades de la nación hegemónica...". Las drogas facilitan la tarea de gobernar esa nación que no cuestiona ni hace preguntas al margen de lo estipulado; la prensa se hace cómplice y difunde, con olímpico irrespeto a la verdad, las teorías más descabelladas acerca del proceder imperial y los "obstáculos" en los que ciertos países se convierten durante el proceso de consolidación hegemónica, llevado a la práctica, en estos momentos, sin el teatro al que tuvo que recurrir Washington en pleno apogeo de la Guerra Fría. De los 400 mil millones de dólares al año que produce el comercio mundial de las drogas, Estados Unidos mueve más de la mitad, nutriendo sus bancos y posibilitando "el lavado de verdaderas fortunas", necesarias para el continuo desarrollo de la industria bélica.
Continuará...
Ing. Nemen Hazim Bassa
San Juan, Puerto Rico
11 de noviembre de 2015