I.- "Invictus": obra de arte y escuela política...
|
La magistral realización de “Invictus”, el desarrollo del tema colateral y la sensibilidad con que el director muestra su contenido, nos lleva al disfrute de una obra de arte por razones tan poderosas como su trama, basada en la recreación del primer año de gobierno de Nelson Mandela, en el ejercicio de su liderazgo, ya desde el poder, para fortalecer el espíritu de lucha del equipo de “rugby” en la búsqueda del trofeo de campeón en la Copa Mundial de 1995, en aras de lograr la integración de todos los sudafricanos, negros y blancos, en un país que apenas había salido, en teoría, de la segregación racial y, a la misma vez, en interés de utilizar el impacto del triunfo para proyectar el país como un lugar atractivo para los inversionistas de países desarrollados.
No solamente la trama sobresale en el desarrollo de esta obra; la sensibilidad con que su director y productor Clint Eastwood proyecta las condiciones socioeconómicas de negros y blancos, los primeros viviendo en reservas, en territorios marginales supuestamente regidos con independencia (bantustanes) y, los segundos, mostrando una deslumbrante riqueza, viviendo en ciudades bien construidas, ordenadas, desarrolladas, con todos los avances y comodidades de las ciudades más importantes del mundo. El contraste es hermosamente plasmado por Eastwood quien, de la misma forma, utiliza esa sensibilidad para mostrar el inicio de la integración, en la medida en que el juego final celebrado en el Estadio Ellis Park de Johannesburgo comienza a dar señales de un desenlace favorable a los “Springboks”, como se conoce al equipo nacional de “rugby” de Sudáfrica.
El papel desempeñado por Morgan Freeman es el típico al que nos tiene acostumbrados. La representación de Nelson Mandela es extraordinaria, sus gestos, forma de caminar, su temple, la forma de hablar el inglés británico… en fin, una actuación insuperable, que le hace merecedor del premio más importante que se otorga en los Estados Unidos a los artistas de cine: el Óscar, distinción que también debe acompañar a su director, Clint Eastwood, por plasmar tan magistralmente esta historia de la vida real, llena de momentos emocionantes, y en reconocimiento a un líder mundial que pasará a la historia como uno de los seres humanos de mayor grandeza que esta ha acogido.
Nelson Mandela nació el 18 de julio de 1918. Renunció al derecho hereditario a ser líder de una tribu y optó por estudiar leyes, ingresando en 1944 al Congreso Nacional Africano (ANC), un movimiento creado para luchar contra la opresión y la marginación de los negros. Sobresalió como líder de la Liga de la Juventud del Congreso, enarbolando un socialismo antirracista, nacionalista y antiimperialista. Para 1952 Mandela presidía el ANC en el norte de Sudáfrica, convirtiéndose en el líder del movimiento. Sus actividades le llevaron a la cárcel varias veces.
En 1962 viajó por varios países africanos en recaudación de fondos para el movimiento y haciendo propaganda y, a su regreso, fue detenido, condenado a cadena perpetua (12 de junio de 1964) y confinado a la Prisión Central en Pretoria hasta 1982, desde donde fue transferido a la prisión de la isla de Robben, a unos 12 kilómetros de Ciudad del Cabo. “He buscado el ideal de una sociedad libre y democrática, en la que todas las personas vivan juntas en armonía e igualdad de oportunidades…”, expresaba Nelson Mandela en ese momento.
A mediados de los ochenta se le ofreció la libertad a cambio de instalarse en uno de los “bantustanes”, oferta que Mandela rechazó. La continua lucha llevada a cabo por el Congreso Nacional Africano y la solidaridad internacional en contra de la segregación, llevaron al presidente Frederik De Klerk a terminar con el “Apartheid” y a la liberación definitiva de Nelson Mandela, a quien convirtió en su principal aliado en el proceso de democratización. Ambos compartieron el Premio Nobel de la Paz el 10 de diciembre de 1993. Las elecciones de 1994 convirtieron a Mandela en el primer presidente negro de Sudáfrica, con una votación del 62.6%. Desde la presidencia implementó una política de integración y reconciliación nacional, con la finalidad de crear “una nueva Sudáfrica donde todos fueran iguales, donde todos trabajaran juntos para conseguir la seguridad, la paz y la democracia del país”. La nueva constitución que redactó resaltaba los ideales de libertad, igualdad y justicia social a los que aspiraba la gran mayoría de su nación.
Su liderazgo, basado en el conocimiento de las estructuras internas de la sociedad sudafricana, ha estado de manifiesto en todo momento. Dice Jorge Plejánov, en “El papel del individuo en la Historia”: “Sabemos ahora que los individuos ejercen una gran influencia en el destino de la sociedad, pero sabemos que esa influencia está determinada por la estructura interna de aquella y por su relación con otras sociedades”.
Su dedicación al conocimiento de los males que padecía el 76% de la población le llevó a interpretar las aspiraciones de ese amplio sector marginado, asentado en reservas regidas por una falsa independencia, experiencia imprescindible para su formación como líder, y básica para la obtención de las reivindicaciones en las que fundamentó su lucha. Dice Juan Bosch, el más ilustre de los dominicanos del siglo XX, en “La función del líder”, que cuando este desarrolla el liderazgo en consonancia con la realidad de la sociedad, es quien mejor expresa las aspiraciones del pueblo. “… Nadie puede superar al pueblo en el conocimiento profundo de la realidad nacional porque él vive esa realidad día a día de manera práctica, o bien cosechando los beneficios que le puede proporcionar esa realidad o bien padeciendo los males que ella produce, según sea la posición que ocupa cada quien en la sociedad”.
Continuará...
Ing. Nemen Hazim Bassa
San Juan, Puerto Rico
26 de enero de 2010