Fidel y los millones de "yo"...
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Corrían los días finales de diciembre de 1966 y no podía yo percibir lo que ese viaje iba a significar en términos del conocimiento de las ideas que enarbolaba Fidel Castro y que plasmaba en sus extraordinarios discursos transmitidos, no recuerdo si por Radio Rebelde o Radio Habana Cuba; contaba apenas para la fecha con doce años de edad.
Ese viaje de mi padre me proporcionó unos regalos no esperados entre los que sobresalió un pequeño radio portátil que, para la época, era uno de avanzada pues tenía la característica de proporcionar transmisiones en onda corta, y esa versatilidad en dicho equipo electrónico me puso en contacto con el histórico acontecimiento de la implementación del socialismo en Cuba, tarea que con extraordinaria capacidad de dirección, dedicación y grado de responsabilidad humana llevara a cabo el hombre que cumple ocho décadas de fructífera agenda mundial, en búsqueda de la felicidad y de la integridad del ser humano y en ejercicio de la solidaridad entre los pueblos que mejor definiría la mal llamada globalización que pretende enmarcarse exclusivamente en la actividad económica propia del capitalismo salvaje que encabeza Estados Unidos, junto a los de su estirpe, en el enajenante mundo del consumismo.
Recuerdo escuchar unos cuantos discursos, a escondidas de mi padre, suficientes para que desde los doce años comenzara a admirar y a simpatizar con Fidel y las causas que enarbolaba en su lucha contra el imperialismo y por los mejores intereses de los pueblos latinoamericanos, saqueados históricamente por las mismas transnacionales que hoy encabezan los movimientos neoliberales y que son apoyadas por los gobiernos títeres y cobardes de la zona, por aquellos que por permanecer en el poder más allá de sus expectativas juegan a las dos caras de la moneda.
En 1967, creo que para abril específicamente (ya había cumplido los trece años), escuché un discurso dicho con tal vehemencia que la emoción que me embargó no me dejó otra alternativa que no fuese la de comunicarle a mi padre la gallardía con que Fidel enfrentaba a los Estados Unidos, dueños y señores del mundo. Fue tan grande el impacto que ese discurso causó en mí que, en un viaje que realicé a Cuba al inicio de los años ochenta, casi 15 años después, pude conseguir una copia del mismo, por lo que transcribo algunos párrafos de los que revolucionaron mi vida convirtiéndome en un ser humano solidario con los oprimidos y excluidos de todo el planeta.
Decía Fidel en el discurso pronunciado en la conmemoración de la derrota del imperialismo en Playa Girón, en el teatro Chaplin, en abril 19 de 1967: “…Sólo los ingenuos, sólo estos cándidos representativos de la oligarquía, sólo estos ciegos, que cumplieron los mandatos de Estados Unidos cuantas veces les dio una orden de adoptar una posición contra Cuba, como fueron las de romper las relaciones diplomáticas, romper las relaciones comerciales, adoptar acuerdos, conspirar, guardar silencio cómplice en estos ocho años de agresiones imperialistas contra nuestra Patria, guardar silencio cómplice frente a los crímenes del imperialismo americano contra un pueblo de América Latina, apañar, apoyar incluso esas agresiones contra nuestro país; sólo quienes tienen contraída semejante responsabilidad con la historia por su ceguera, por su miopía, por su complicidad, se pudieron hacer ilusiones acerca de que algún día Estados Unidos se interesaría por el progreso de América Latina, sin ver, sin comprender los irreconciliables intereses y los antagónicos intereses que existen entre el imperialismo yanqui y los pueblos de América Latina”.
Más adelante, como para que su figura se agigantara aún más frente a mí, aludía el pisoteo a nuestra soberanía cuando decía: “…Esto demuestra el pánico de los imperialistas, la desesperación de los imperialistas, el temor de los imperialistas y el callejón sin salida de los imperialistas. Porque encima de los cientos de miles de soldados que ya tienen en Vietnam, de los miles de soldados que todavía ocupan el territorio dominicano, se ven ya obligados a movilizar más y más soldados a los distintos frentes guerrilleros de América Latina, en una intervención descarada, que es —como es lógico suponer— la forma en que comienzan esas aventuras imperialistas... Queremos que nuestro trabajo se vuelva en riqueza y bienestar para nuestro pueblo y para otros pueblos. Queremos trabajar para nosotros y para ayudar a los demás. Sin embargo, sabemos los peligros, pero tales peligros no nos desalientan, no restarán un átomo de nuestro entusiasmo. Importante es nuestra patria, importante es nuestro pueblo, importante es nuestro porvenir, ¡pero más importante todavía es el pueblo de 230 millones de nuestros hermanos latinoamericanos! Importante es la América entera, importante es el porvenir de este continente, ¡y más importante todavía es el mundo! Y si ya alguien en el siglo pasado, cuando las ideas marxistas no se habían hecho conciencia de cientos de millones de seres humanos, dijo que “antes que la patria está la humanidad”, nosotros, revolucionarios internacionalistas, también diremos siempre: amamos nuestra patria, amamos el bienestar de nuestro pueblo, amamos las riquezas que creamos con nuestras manos, ¡pero antes que la patria está la humanidad!”.
Recuerdo que para comunicarle a mi padre que había escuchado ese discurso utilicé una palabra que parece haber desaparecido del vocablo del pueblo dominicano y que no he podido escuchar en ningún otro país. Recuerdo haberle dicho a mi padre que Fidel era un “timacle”, palabra que escuchaba decir a mi madre cuando se refería a una persona extraordinaria. Nunca me ocupé por conocer ni la etimología ni la validez gramatical de la misma; sólo sabía que significaba grandeza, persona extraordinaria, fuera de lo común, alguien por encima de lo normal, y precisamente estos significados fueron los que quise transmitir a mi padre, pues en la medida en que interpretara esas cualidades en Fidel podría yo quedar libre de serias imputaciones de desobediencia, pues mi padre mantenía aún ciertos temores adquiridos en su formación personal durante la dictadura de Trujillo.
Mi generación pudo vivir acontecimientos históricos extraordinarios, marcados por el compromiso social, por las luchas en la implementación de la justicia, por el respeto al ejercicio de las soberanías, por los valores morales de los hombres y las mujeres, por el establecimiento de un orden justo, de distribución equitativa de las riquezas. Mi generación sigue librando luchas interminables en diversos campos, unos con un nivel protagónico a escalas reconocidas y otros forjando pequeños caminos por los que transitarán futuras generaciones y, no hay, en cualesquiera de los niveles de compromiso, gesto y acción al margen de la figura de Fidel Castro.
Conocerlo en persona hubiera sido un extraordinario honor; pero la política internacional llevada a cabo por los gobiernos dominicanos en los comienzos de los ochenta impidió que se materializara tal acción. Estando en La Habana para esa fecha, en una convención internacional sobre la industria azucarera, como parte de la delegación de la República Dominicana y en representación de una reconocida universidad para la que debía obtener todas las informaciones posibles para la creación de la primera carrera en tecnología azucarera, se nos comunicó que en el transcurso del evento seríamos recibidos por Fidel Castro, gesto de cortesía para con nuestra delegación debido a las identidades históricas de nuestros pueblos, pero la política internacional dominicana de último momento irritó al gobierno de La Habana, comunicándosenos la cancelación del encuentro y eliminando, en nuestro caso específico, toda posibilidad de estrechar la mano del más grande de los hombres del siglo XX y lo que va del XXI, de estrechar la mano de quien, cito: “tiene la convicción de que el logro mayor del ser humano es la buena formación de su conciencia y que los estímulos morales, más que los materiales, son capaces de cambiar el mundo y empujar la historia” (Gabriel García Márquez, Granma, La Habana, 4 de agosto de 2006).
El no conocerlo personalmente y tener la convicción de sus pensamientos, de sus bondades, de sus acciones, de sus enormes atributos, del extraordinario ser humano que habita su cuerpo, de sus hazañas, de su gallardía, de su incesante búsqueda de la verdad, de forjador de soluciones a los problemas de los países con menos oportunidades, de su obsesión por la justicia y de su dignidad frente al imperio "nos coloca", no obstante, en un nivel de privilegio, y digo "nos coloca" pues la situación que describo en términos personales es la misma de millones que -como yo- siguen sus pasos por el mundo y son parte de ese digno pueblo que le llama Fidel, que lo tutea.
Mi convicción es mayor; los testimonios de Gabriel García Márquez, de Frei Betto, de Miguel Bonnaso, de Euclides Gutiérrez Félix, de Miguel Urbano Rodrígues y de otros, lo que hacen es corroborar lo que sabemos como una expresión genuina de un ser humano que, como describiera Ernesto “Che” Guevara, “tiene las características de (un) gran conductor… audacia, fuerza y valor, y [un] extraordinario afán de auscultar siempre la voluntad del pueblo, [virtudes] que lo han llevado al lugar de honor y de sacrificio que hoy ocupa” (Revista Verde Olivo, La Habana, 9 de abril de 1961. Paréntesis míos, NH).
Mi solidaridad con las palabras de Euclides Gutiérrez Félix es imperativa: “¡Salud y larga vida a Fidel!, patriota y revolucionario cubano, ejemplo de dignidad, honestidad y valor…” (El Nacional, 7 de agosto de 2006). Millones de "yo" nos adherimos a esta petición, a la vez que deseamos: ¡Salud y larga vida a la Revolución cubana!
¡Viva el Estado socialista construido por Fidel! ¡Viva Cuba, territorio libre de América y ejemplo de dignidad para el mundo!
Ing. Nemen Hazim
San Juan, Puerto Rico
15 de agosto de 2006